Ella te miró y no dijo nada.
Simplemente se paró frente a ti con la mirada perdida en un punto fijo de tu rostro.
No parpadeaba, porque sabía que si lo hacía, más de una lágrima saldría.
Abriste la boca para decir algo, pero ella te detuvo.
Te pidió que no dijeras nada.
Te miró de nuevo, con ojos suplicantes.
Luego cerró los ojos y te pidió que la abraces.
Tú, silenciosamente, la abrazaste.
Ella te pidió que la abraces más fuerte.
Por un momento llegaste a pensar que había dejado de respirar.
Ella aguantaba un poco la respiración, porque no quería sollozar.
Apoyaste tu rostro en su cabeza, sentías sus manos en tu espalda.
Y, de repente, las lágrimas no dejaban de salir.
Podías sentirla temblando entre tus brazos.
Impotente, desgarrada, molesta por no poder contener las lágrimas ni el dolor.
Sentías la humedad de sus lágrimas a través de la tela de tu ropa.
Sentías el calor de su respiración entrecortada.
No sabías que decir, tal vez era mejor no decir nada.
Ella no esperaba ningún comentario profundo.
Tan solo quería que la abraces, fuerte, y le dijeras: todo va a estar bien.
((y esta es mi entrada número 100)) :D