Mucha gente se pasa la vida haciendo planes, a corto, a mediano, a largo plazo.
Mucha gente se frustra cuando algo no sale acorde a lo planeado porque se pasaron mucho tiempo fijándose en cada detalle del plan, para que nada falle.
Pero siempre existe esa posibilidad. Cuando planeas algo, es posible que salga el plan, como también es posible que no. Y no tiene nada de malo, porque, la gente precavida que ama los planes, siempre tiene el plan de contingencia bajo la manga: el plan B.
¿Y qué pasa si alguien decide no planear nada?
Estuve pensando en las ventajas de no planear y la única que se me vino a la mente es que te puedes ahorrar decepciones, porque todo será espontáneo. No te has creado expectativas de nada, por lo que si algo no sale, no lo echarás de menos. Y si sale algo increíble, entonces será una experiencia única.
Me puse a pensar cuál es mi caso... No es que yo sea una adicta a los planes, pero tampoco soy demasiado fan de dejar que las cosas caigan del aire.
Me gusta tener un poco de seguridad, de saber dónde estaré parada y qué me espera en un tiempo determinado.
Me gusta hacer "planes" a largo plazo, porque me da una idea de a dónde quiero llegar. Y digo "planes", entre comillas, porque son más como sueños o cosas que quiero alcanzar en algún momento. Sin embargo, no vivo mi vida pensando constantemente en mis planes. No quiero llegar a ser como esas personas que se pasan la vida planeando cosas y se olvidan de vivir en sí.
Tengo sueños. Es cierto. Tengo ambiciones, también. Me he llevado frustraciones pequeñas y grandes. Pero he seguido adelante. Y sigo soñando, sigo planeando, pero también me dejo llevar por lo espontáneo.