Me gusta viajar. Me considero un poco nómade por naturaleza. Me hastía un poco estar rodeada del mismo aire viciado o las mismas cosas, costumbres, comentarios y manías.
Me gusta alejarme de lo cotidiano, ser capaz de salir de la rutina, crear nuevas relaciones, descubrir nuevas emociones.
Me gusta ser capaz de alejarme y luego reencontrarme con aquello que es mío, que no he perdido, a pesar de la distancia, a pesar de todo. A pesar de haber descubierto que el pasto es más verde en otro lugar, puedo retornar y dejar que todo sea igual.
El último viaje que hice fue a Tarma, una pequeña ciudad a la cual se llega por medio de la carretera central, desde Lima. Aproximadamente 5 horas de viaje, por carretera asfaltada, un poco accidentada por los derrumbes del camino, pero segura después de todo.
Fue un viaje purificador, en cuerpo y alma.
Respiré aire puro, me llené de paisajes preciosos, me reí descontroladamente, caminé entre la naturaleza, me desconecté totalmente de la tecnología (específicamente el Internet), fui libre.
Me encanta tomar fotos, ya sea a personas, a paisajes, a animales, a plantas, lo que sea. Me encanta poder plasmar con un click todo un momento y saber que luego de un tiempo (cercano o lejano) podré recordarlo con todos los matices, colores, dimensiones y perspectivas.
Tarma es escenario de muchos paisajes increíbles. Ya sea una cueva (de Huagapo), ya sea vayas un poco más cerca de la selva y te encuentres con una catarata (del Tirol), ya sea recorras los Caminos del Inca por 13 kilómetros y llegues a estar a 3815msnm, en una montaña, puedas extender los brazos y sentir que puedes volar, contemplando el campo debajo de ti, sintiéndote en la cima del mundo.
Me encanta la sensación de liberación que se siente al salir de viaje. Escapas de todo aquello que te oprime, de tus obligaciones diarias, puedes olvidarte de todo. Y puedes empezar de nuevo, o simplemente seguir.
Me gusta lo que puedes aprender al irte de viaje. Más allá de lo que aprendas en los sitios turísticos y/o culturales que visites, lo que aprendes de la gente.
Cuando volvíamos de Tarma, me di cuenta que ya estábamos de vuelta a la capital porque el cielo se oscureció de repente, un manto de neblina gris cubría el cielo azul y las nubes blancas que habíamos observado horas atrás. Eché de menos ese cielo azul y el aire puro, el ambiente no contaminado por el ruido y el humo de los autos... aún lo extraño.
Sin embargo, y a pesar de lo mucho que me afecta el humo en general (y el del cigarro en particular), Lima es Lima, y no la cambiaría por nada.
Acepto la humedad, que hace que mi pelo se infle un poco, porque el aire contiene un poco más de calor que en climas secos. Porque el aire no es helado, aunque haga frío. Porque aunque llueva por un largo tiempo, no terminas totalmente empapado. Porque cuando sale sol, este no es abrasador, sino tan solo permite que te calientes un poquito. Porque cuando quieres ir a algún lado y no sabes cómo, los micros te pueden guiar, o al menos te llevarán a algún lugar.
Me gusta salir de viaje, porque, cuando me voy, me alejo de todo aquello que puede llegar a hastiarme en algún momento y, al estar lejos, me doy cuenta de lo mucho que lo aprecio.
Me gusta salir de viaje porque, al volver, te sientes como en casa, porque estás en casa.
2 comentarios:
En esa foto te ves más grande de lo que aparentas ser XD...
Por mas que siempre nos quejemos de Lima, en el fondo se aprecia.
Puede ser un bloque de smog y humedad; ES NUESTRO bloque de humedad y smog.
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