Entro y el pájaro me mira con una sonrisa casi burlona, con la cabeza inclinada para un lado y los ojos muy abiertos. Me da risa su expresión, pero al mismo tiempo me intimida su mirada, fija, como atento a cualquier movimiento, como sabiendo que, haga lo que haga, será más rápido que yo.
Está quieto, muy quieto. Yo quiero avanzar, pero no quiero hacer ningún movimiento que lo asuste y luego me arrepienta. Parece un duelo de miradas, donde pierde el que se mueve o parpadea primero. Cada uno atento al movimiento del otro, intentando anticiparse.
De repente, el pájaro deja de mirarme, como si ya no le importara que yo esté ahí, como si mi presencia no le interesara, como si ya se hubiera acostumbrado a mí. Avanza poco a poco con sus patitas marcando el suelo, siempre inclinando la cabeza, con esa expresión curiosa, como si le llamara la atención lo que ve.
No me muevo, casi ni respiro, me tiemblan un poco las rodillas, porque no sé si quedarme ahí o salir corriendo. El pájaro detiene su caminata por el suelo y abre las alas. Yo cierro los ojos y puedo escuchar su fuerte aleteo muy cerca, demasiado cerca.
Instintivamente me agacho, aún con los ojos cerrados, y los brazos por encima de mi cabeza. Dejo de oír sus alas, ahora sólo oigo el silencio acompañando los latidos de mi corazón.
Me volteo, miro la ventana. Veo un pájaro volar a lo lejos. Lo miro alejarse y unirse a una bandada de pájaros que hay en el cielo. A veces quisiera poder volar, sentir que soy más ligera que el viento y nada me puede alcanzar.
Foto propia.
1 comentario:
Las gaviotas son malvadas. Y traman algo... seguro son secuases de cierta persona ¬¬
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