Es muy conocida esa Ley de Murphy que dice que “no importa la fila en la que te pongas, esa fila siempre será la más lenta”, o algo así… Algo que me pasó hoy me hizo recordar un conjunto de acontecimientos que pasaron hace varios años, creo que 1999, cuando fui de viaje con mis papás a Venezuela.
Resulta que en ese viaje, esa Ley de Murphy se aplicó a la máxima potencia en todos los aspectos imaginables. Todo empezó en el aeropuerto de Lima, cuando, al hacer el check in (luego de hacer la siempre interminable cola), nos tocó la señorita más lenta que podría existir en los counters de la aerolínea (que no recuerdo cuál era, la verdad). Preguntaba todo, se demoraba el doble, revisaba todo, le daba mil vueltas a todo, se iba, regresaba, y a nuestro lado ya habían pasado como 2 o 3 personas con su boarding pass y todo listo.
Al llegar al país de destino, hicimos la cola para pasar migraciones. La cola no avanzaba. Nada. Decidimos cambiar a la del costado, que estaba avanzando. Y obviamente, la anterior empezó a moverse y nosotros seguíamos en la misma posición. En esta ocasión decidimos quedarnos en la misma cola hasta que empezamos a avanzar y cuando ya iba a ser nuestro turno, al hombre de migraciones se le ocurrió que era su hora de almuerzo y dejó toda una fila desamparada hasta que llegó su reemplazo de cambio de turno.
Durante el viaje creo recordar que pasaron un par de cosas más de ese estilo, ya sea en un restaurante o en alguna tienda, pero el colmo fue al volver a Lima. En esa época no habían “mangas” en los aeropuertos. Es decir, bajabas del avión por la escalera y tenías que:
a) Caminar hacia la puerta y entrar al aeropuerto si estabas cerca
b) Esperar un bus que te lleve a la puerta del aeropuerto si el avión estaba más lejos.
En este viaje fue el segundo escenario y, obviamente, la puerta por la que estábamos (la de atrás) fue desatendida por el bus. Es decir, todos los buses iban a la puerta delantera y nos dejaban olvidados, hasta que por fin empezaron a apiadarse de nosotros y paraban en esa puerta también y luego de unos cuantos turnos logramos subir.
La conclusión de ese viaje fue, como mi mamá le dijo a mi papá: “es que eres piña”. Y resulta que a él normalmente le pasan esas cosas en las filas o lugares donde hay que esperar. Y eso nos trae al día de hoy, año 2012, tiempo presente, que fui a Makro con mis papás a hacer compras monumentales (bueno, no, pero compramos varias cosas grandes xD) y más nos demoramos en la caja que eligiendo lo que íbamos a comprar.
Nos tocó la caja con el chico más lento de todos. Definitivamente era nuevo, ya que cada vez que marcaba un producto se fijaba en la pantalla que fuera el producto adecuado y hacía las cosas tomándose el doble de tiempo que los demás (vi a las personas de otras cajas irse con sus compras a pesar de que tenían más artículos que nosotros). Para terminar, al parecer no sabía usar el sistema para pagos con tarjeta de crédito porque tuvo que llamar a la supervisora para que arregle algo que había salido mal.
En fin, eso que pasó hoy me hizo recordar al viaje en que realmente la ley de Murphy estuvo en todo su esplendor. Al parecer, el ser piña nunca se quita, a pesar de que pasen los años.
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